Una oda al tiempo

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By Flavia Tomaello

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

En el corazón de El Golf, donde la ciudad se disfraza de calma y los árboles parecen atenuar el pulso de la modernidad, se levanta un edificio que guarda una historia de elegancia contenida. El Ritz-Carlton Santiago nació a comienzos de los años 2000, cuando la capital chilena ya se atrevía a soñar con una sofisticación cosmopolita. Era el tiempo en que las torres de vidrio comenzaban a reflejar los Andes, y el barrio —hasta entonces residencial y sereno— se transformaba en un emblema del nuevo Santiago, entre cafés discretos, galerías emergentes y diplomacias bien vestidas.

El terreno que hoy ocupa el hotel fue parte del proyecto que consolidó al sector oriente como eje financiero y social de la ciudad. Su apertura, en 2003, marcó un hito: era el primer Ritz-Carlton de Sudamérica, un gesto de confianza en una capital que buscaba su propio lenguaje de lujo. Se trataba de hospitalidad y de introducir un modo de vivir la ciudad con pausa y ritual, con el sonido de un piano que acompaña el atardecer y la vista a la cordillera como testigo permanente.

La historia del Ritz-Carlton Santiago se entrelaza con la de una urbe que aprendió a mirar al mundo sin perder su identidad. Aquí, el lujo nunca fue ostentoso, sino un refugio de discreción. En sus pasillos se cruzaron figuras políticas, artistas, empresarios y viajeros que entendieron que el verdadero confort es una conversación con el silencio. Desde sus primeros días, el hotel fue un faro de sofisticación, un espacio donde la modernidad y la tradición chilena dialogan con sutileza: maderas nobles, tejidos andinos reinterpretados, y una arquitectura que, aun en su monumentalidad, parece susurrar en voz baja.

La metamorfosis del lujo

Con los años, el Ritz-Carlton Santiago aprendió a transformarse sin renunciar a su esencia. La arquitectura original, inspirada en la elegancia clásica europea, fue evolucionando hacia un lenguaje más contemporáneo, sin perder el alma de su origen. Su fachada, de tonos sobrios y líneas contenidas, sigue siendo un punto de equilibrio entre la exuberancia de Las Condes y la serenidad que el hotel cultiva puertas adentro.

El rediseño de sus espacios respondió a los nuevos ritos del viajero moderno: menos protocolo, más autenticidad. La renovación del spa en el último piso bajo una cúpula de cristal que deja entrar el sol de la cordillera, se convirtió en su sello distintivo. Desde allí, la vista se despliega como una pintura viva: los Andes, el Parque Araucano, los tejados que resisten el paso del tiempo. Es un escenario donde el cuerpo se detiene y la mirada se eleva.

El restaurante Estró, con su propuesta de cocina chilena contemporánea, fue también parte de esa metamorfosis. El lujo ya no se mide en etiquetas, sino en la precisión de un producto local, en la conversación entre un chef y su territorio. En esa alquimia, el hotel logró algo que pocos consiguen: mantener la vigencia sin perder su memoria. Cada rincón, desde los sillones de cuero del lobby hasta el aroma a madera encerada, evoca un modo de habitar el tiempo con elegancia, sin urgencias.

Más que renovarse, el Ritz-Carlton Santiago se reinterpreta. En su evolución, parece haber comprendido que la modernidad más refinada no está en lo nuevo, sino en lo que perdura.

Donde la ciudad respira distinto

Anclado en la avenida El Alcalde, el hotel se abre a un Santiago que invita a ser recorrido sin prisa. A pasos, los parques se tiñen de ocres en otoño; los cafés de Isidora Goyenechea murmuran historias al caer la tarde; las galerías de Alonso de Córdova despliegan arte latinoamericano entre vitrinas minimalistas. Más allá, los cerros se insinúan como un horizonte que se toca con la mirada.

Desde su emplazamiento, el Ritz-Carlton es también un mirador emocional: un punto de observación del pulso santiaguino. Quien se hospeda aquí encuentra descanso y una pausa entre dos mundos: la energía de la ciudad y la quietud de la montaña. Esa tensión armónica es, quizás, su mayor encanto.

Cerca, la vida cultural florece: el Teatro Municipal de Las Condes, los bares discretos de Nueva Costanera, las caminatas entre jacarandás que perfuman el aire. Todo parece conjugarse en una atmósfera donde el tiempo adquiere otra textura.

Como un gesto de permanencia, su presencia, sólida pero sutil, recuerda que el lujo verdadero es aquel que se inscribe en la memoria sin alzar la voz. En su historia, hecha de cambios, de adaptaciones y de silencios compartidos, se revela una certeza: algunos lugares no envejecen, simplemente maduran con gracia.

Para la ruta Buenos Aires-Santiago, JetSMART vuela de manera directa con 18 frecuencias semanales en octubre, y más de 20 en noviembre y diciembre. Asimismo, JetSMART tiene 5 vuelos directos por semana (viernes, sábados y domingos) entre Mendoza y la capital chilena.


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