Fragmentos de eternidad

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By Flavia Tomaello

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Entre los Andes que se estiran como guardianes del tiempo y los valles que susurran historias antiguas, nace un lugar donde la memoria se hace paisaje: Las Majadas de Pirque. Su historia comienza en la década de 1920, cuando las piedras y la tierra fueron testigos del gesto visionario de quienes quisieron fundar un refugio que conjugara la majestuosidad del territorio con la serenidad de la contemplación. Aquí, el tiempo parece adoptar otra cadencia, más pausada, más atenta.
La casa principal, conocida como el Palacio, se erige como un diálogo entre la elegancia de la arquitectura europea y la fuerza silenciosa de la naturaleza chilena. Sus muros guardan la memoria de épocas que se perciben en cada vitral, en cada madera que cruje bajo los pasos, y en los jardines que parecen crecer en íntima complicidad con el viento. Caminar por sus corredores es leer un libro sin palabras, donde cada sala ofrece un capítulo distinto de la historia, y cada ventana enmarca un cuadro vivo de cielo y tierra.

El parque de Las Majadas no es un mero acompañamiento del palacio; es su contrapunto vital. Senderos que se bifurcan entre robles, peumos y arrayanes revelan rincones donde la luz se filtra como un secreto y el silencio se vuelve música. Las fuentes y los estanques reflejan el cielo con precisión inquietante, como si quisieran recordarnos que la belleza se encuentra tanto en lo que vemos como en lo que sentimos. Cada paseo aquí se convierte en una experiencia de introspección, donde la naturaleza no solo se contempla, sino que se habita.
El paisaje se despliega con la generosidad de quien no tiene prisa. Desde el mirador se alcanza a ver el horizonte teñido de azul profundo, y a la distancia, los Andes marcan la frontera entre lo cotidiano y lo sublime. Este territorio invita a detenerse, a respirar con intensidad, a escuchar el rumor de los pájaros y el crujir de la tierra bajo los pasos. La naturaleza, aquí, no es decorativa; es protagonista.

Conservación y legado

Lo que hace a Las Majadas verdaderamente extraordinario no es únicamente su belleza física, sino su compromiso con la conservación del patrimonio cultural y natural. Cada intervención, cada restauración, parece obedecer a un pacto tácito con la memoria del lugar. El equilibrio entre lo construido y lo preservado es tan sutil que la modernidad no irrumpe, sino que dialoga con el pasado. Este respeto profundo por la historia y la naturaleza convierte a Las Majadas en un ejemplo vivo de cómo se puede habitar un espacio sin apropiarse de él, de cómo la elegancia no reside solo en la forma, sino en la sensibilidad con que se la cuida.

Ingresar a Las Majadas es dejar que los sentidos se despierten uno por uno. El aroma de la tierra húmeda tras la lluvia, el sonido del agua al deslizarse por los canales de piedra, la textura de los muros antiguos bajo los dedos: todo participa de una coreografía silenciosa que transforma la percepción del tiempo. No hay prisa, no hay urgencia; solo una invitación a habitar el instante, a reconocer la delicadeza de lo que nos rodea y a comprender que la verdadera riqueza de un lugar reside en su capacidad de conmovernos.
El hotel, con su discreta elegancia, se integra al entorno con la delicadeza de un susurro. Cada habitación respira historia y naturaleza a la vez, ofreciendo un refugio donde el confort moderno coexiste con la serenidad de lo eterno. No es solo alojamiento; es un espacio para contemplar, para leer, para perderse y reencontrarse.

Mientras la tarde cae, el cielo se tiñe de naranjas y violetas imposibles, y los reflejos del agua multiplican la luz en un juego silencioso y eterno. Es en esos instantes, cuando la sombra de los árboles se alarga y los sonidos del parque se hacen más íntimos, que se comprende el verdadero espíritu de este lugar: un refugio de memoria, belleza y contemplación, donde el tiempo no se mide en horas, sino en la intensidad de la experiencia vivida.

Un sitio que entra en la memoria, en los sentidos, en el corazón. Si lo conocés, te llevás un fragmento de ese cielo, de esa piedra, de esa eternidad que allí se respira.

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