Eduardo Marostica, psicólogo rosarino y autor del libro En el ojo de la tormenta, reflexiones sobre la construcción de las masculinidades se plantea algunos temas “tabú” en la sociedad sobre el prejuicio de los vínculos y las expresiones de afecto entre varones.
Una película reciente, Close, reactiva un tema que siempre genera algunas tensiones y miradas prejuiciosas: la amistad masculina pero, sobre todo, por sus manifestaciones de afecto. La historia se sitúa en las características que tiene una relación entre dos varones preadolescentes. ¿Cuál es el límite “permitido” de esas expresiones afectivas?
El prejuicio sobre estos vínculos tiene connotaciones sexistas, porque existe una suerte de tipificación que nos indica si una manifestación afectiva de un varón hacia otro está dentro de las significaciones de una amistad o de otra cosa. Y esa “otra cosa” que persiste en el aire como las partículas suspendidas tras un incendio, está claramente relacionada con su orientación sexual, aunque ya no pesen las sanciones moralistas de hace treinta años.
¿Cuál es ese límite? Todavía encuentro personas que se conmocionan cuando un varón llora, como si el llanto masculino tuviera un plus de sensibilidad… Esa idea tan instalada de que si un varón se quiebra hasta las lágrimas es porque “es demasiada su angustia”… Como si un dique se desbordara por acumulación de agua. Y eso que muchas veces esos llantos reafirman interminables ciclos de violencia “porque me lo pidió llorando.”
Tampoco estoy diciendo que los varones tengamos lágrimas de cocodrilo, sino que hay algo que se pone en tensión en el llanto del varón y que se especula entre las hipótesis de género que se tejen a la hora de reconocer un varón sensibilizado. Algo de su masculinidad se juega en ese acto. Como cuando se le dice a un niño “que no mariconee” cuando lloriquea porque le duele algo, o bien como en este caso de dos varones que se manifiestan cariñosamente. Tal vez esta conducta es tolerada durante la infancia, pero en la pubertad y la adolescencia se activarán los mandatos sexistas que se mantenían en estado latente, para que ambos muchachos tomen distancia, tanto de manera física como afectiva.
El prejuicio de género, denominado sexismo, encasilla constriñendo casi en modo silogístico las formas de relacionarnos. Por ejemplo, entre dos personas que se demuestran cariño, ¿se espera de ellas o de ellos ese tipo de manifestaciones de afecto? Y afinando el foco en la cuestión, ¿cuáles serían los pares donde estas manifestaciones son más aceptadas? ¿Varón – mujer? ¿Mujer – mujer? ¿Varón – varón?
¿Qué implica una amistad demasiado expresiva entre dos varones, que hace que operen mecanismos sociales de disciplinamiento? Y ese disciplinamiento, que siempre es un ordenamiento social, sabemos que opera bajo la teoría de un estereotipo heteronormativo… Entonces ¿cuáles son las conductas aceptables por esta norma cultural? ¿La evidencia de una posible homosexualidad es lo que activa las alarmas sexistas?
Estas expectativas de comportamiento pensadas desde el orden binario, generan visualizaciones y zonas de oscuridad donde ciertas gestualidades amorosas pasan inadvertidas mientras que otras no. Y en el caso del par varón-varón, podemos reconocer que la amorosidad se mira con una desconfianza signada por la heteronormatividad, reconociendo como rareza a cualquier demostración de afecto entre varones a partir de cierta edad, señalando con el dedo, pero también introyectando estos mandatos de manera autodisciplinante, como en el caso de uno de los protagonistas y tomar distancia tanto física como sentimental, mutilando su capacidad de expresar su afectividad.