Por las calles arboladas de Chacarita, donde los barrios todavía guardan secretos de conversación en la vereda y las fachadas recuerdan tardes de sol con aroma a jazmín, Sifón Sodería emerge como un homenaje. No a un plato ni a una moda gastronómica, sino a una costumbre: la de compartir la soda, esa humilde nobleza argentina que chispea entre los recuerdos familiares y el murmullo de una mesa servida.
Inaugurado en septiembre de 2019 por Juan Manuel Boetti Bidegain, Roberto Cardini y Gonzalo Fleire, el espacio celebra lo cotidiano convertido en ritual. Lo que fuera una casa chorizo típica de los años 40 y 50, con su patio central como corazón palpitante, fue reimaginada para dar vida a este proyecto que dialoga con la historia sin solemnidad. Aquí, la nostalgia no se impone: se derrama suavemente, como una soda recién servida en un vaso de duralex.
El recorrido por Sifón es un viaje a un tiempo amable. El salón principal, con mesas de fórmica, sillas tejidas a mano con hilo plástico —diseñadas especialmente por Cardini— y una barra semicircular que remite al mostrador del viejo almacén, recrea la familiaridad de lo conocido con la frescura de lo nuevo. Todo vibra en tonos de celestes y maderas claras, con una estética que no busca impresionar, sino hacer sentir.
El patio interno, luminoso y vital, continúa la secuencia de los antiguos hogares porteños: un centro de reunión donde el aire circula con libertad y el tiempo parece suspenderse. Bajo la escalera, un pequeño altar al Gauchito Gil reúne botellas vacías, recuerdos y promesas: un guiño íntimo a la cultura popular que inspira al lugar.
En la terraza, el aire del barrio se mezcla con el perfume de los platos. De noche, cuando el murmullo baja, las copas tintinean bajo la luna de Chacarita.
El arte líquido de la sencillez
La soda es la protagonista indiscutida, convertida en vehículo de creatividad y homenaje. Los vermutes de la casa —el Vermucito, con tintura de chai especiado, o el irresistible Ah pero en Sifón, que combina Campari, Aperol y cordial de naranja— reinventan la tradición con sutileza y frescura. Cada burbuja tiene un sentido: rescatar el espíritu social y liviano de una bebida que pertenece al alma del país.
Los cócteles, por su parte, invitan al juego y la exploración: el Tinto de Verano, con vino orgánico y cordial de lima, o el Primavera, con gin, frutilla, tomate, lima, huacatay y eneldo, son un canto a la estacionalidad y a la simple belleza del sabor equilibrado.
La cocina de Juan Barcos acompaña esa poética con platos que nacen del recuerdo y se visten de contemporaneidad. Las empanadas fritas de carne, la fainazetta con cebolla y parmesano, o los niños envueltos de berenjena con ricota de castañas, pesto y tomate evocan comidas de domingo con un toque de sutileza urbana.
Entre los postres, la mousse de chocolate con nueces tostadas y aceite de oliva se vuelve un cierre elegante, tan simple como perfecto.
Sifón no se limita a la evocación: forma parte de la renovación gastronómica de Chacarita, aportando identidad y coherencia a un barrio que se reinventa sin perder su esencia. Su segunda sede, Sifoncito, en el Paseo La Plaza, lleva esa misma filosofía al formato al paso: la chispa de la soda trasladada al ritmo del centro porteño.
En un tiempo donde lo efímero parece regirlo todo, Sifón Sodería propone un contrapunto: rescatar la emoción del burbujeo que une generaciones. Entrar allí es recordar que la sofisticación también puede ser un gesto simple: abrir un sifón, llenar un vaso y brindar por la vida cotidiana.
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