Un trocito de Francia

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By Flavia Tomaello

Por Flavia Tomaello, https://flaviatomaello.blog/, Instagram @flavia.tomaello

Carrasco ha sido por mucho tiempo para los montevideanos el sitio de retiro para el ajetreo de la urbe, cuando la ciudad era, en verdad, la antigua solamente. Lindando al puerto, con casonas que hoy se encuentran restauradas o en proceso. Ese sitio al que algunos destinaban para pasar el finde como si se tratara del borde del mundo.

Sin embargo Alfredo Arocena (1869-1947) era una de esas personalidades tercas y empeñosas que cambió toda la historia.

De origen vasco, fue secretario del Banco República, director de la empresa de tranvías Transatlántica; fundador del Banco de la Caja Obrera en el año 1905, sitio que dirigió durante 28 años y fue diputado por Montevideo en la Asamblea Constituyente, entre 1916 y 1917.

En 1907, tras haberse inspirado en la ciudad europea de Ostende, decide crear un balneario en una zona aledaña a la ciudad de Montevideo, adquiriendo para ello una extensa propiedad con costas sobre el Río de la Plata.
En 1912, junto a Esteban Elena y a José Ordeig, constituyó la Sociedad Anónima Balneario Carrasco, dando origen a uno de los mas bellos balnearios en las afueras de Montevideo. El dueño de los campos adquiridos por Arocena era un tal Salvador Carrasco, español nacido en las Islas Canarias, que luego le daría el nombre a esta zona de médanos y bosque. Tierras que Arocena, emprendedor y visionario, compró a principios del siglo pasado con la intención manifiesta de hacer de estas playas “una Saint Tropez de Sudamérica”. 

Vehemente y con claridad, Arocena le encargó la construcción de un hotel a los arquitectos francosuizos Jacques Dunant y Gastón Mallet, que en 1912 proyectaron el edificio, un año después pusieron la piedra fundamental y en 1921 terminaron de construirlo. El tramado del entorno fue obra del paisajista Carlos Thays.

Bajo esta batuta comenzó la historia de la historia de Carrasco allá a comienzos del siglo XX como una alternativa de recreación balnearia para los más exquisitos, como un modo de huir de la concentración de veraneantes en Pocitos y en Ramírez, las playas de moda por entonces. Como el faro de atracciones emergió el legendario Hotel Casino Carrasco, una monumental construcción de estilo francés que fue totalmente reciclada y hoy alberga al Sofitel de la ciudad que ha conservado su apostura.

En Carrasco las calles son intrincadas, el bosque de pinos frondoso y las casas grandes, además de bajas. Hay una calle principal –Arocena– con negocios de decoración coquetos, bares y restaurantes de todo tipo, y mucha tranquilidad. Uno aquí podría perderse, sino fuera porque desde todos lados se ve el antiguo Hotel Carrasco, hoy Sofitel Montevideo. “Todo el barrio está diseñado entorno al hotel”, apunta Mariano Otero, director de ventas de este gigante que cumplió 101 años y engalana la capital uruguaya.

Fue inaugurado el 4 de febrero de 1921, transformándose en el ícono del naciente barrio, en plena integración con el diseño urbano que el paisajista francés Charles Thays definió para los espacios públicos de la zona.
A lo largo de su historia alojó a destacadas figuras que visitaron Montevideo, como Albert Einstein y Federico García Lorca, así como a miles de turistas.
Vivió décadas de esplendor, destacándose por sus fiestas y bailes, además del funcionamiento del Casino Municipal.
En 1975 fue declarado Patrimonio Histórico Nacional.
Fue reinaugurado en el año 2013 como hotel y casino tras una concesión y reciclaje a cargo de la empresa Carrasco Nobile y la cadena hotelera Sofitel.

El sitio es espacioso, las payas son generosas, los acantilados brindan carácter, las caminatas se cobijan bajo los árboles y las cigarras que rompen la quietud cansina de la tarde montevideana. La rambla se pierde para donde se mire. Pero además de las calles tranquilas, la arena abundante y las olas, Carrasco se está convirtiendo en el sitio al que se trasladan las empresas, se comienzan a abrir los restaurantes de moda y se descubren atractivos para detenerse un rato largo.

Una vida soñada

La imagen que Arocena tenía de su emprendimiento se concretó con barcos que llegaban hasta sus costas con los bon vivants que elegían el sitio para pasar el verano del hemisferio sur. Las escaleras de mármol de Carrara, los vitraux artísticos que fueron totalmente restaurados, los pisos de roble de Eslavonia y las teteras de plata eran apenas algunos de los distintivos de elegancia y sofisticación. 

Fue sede del Gran Premio Ramírez y su terraza se convertía en la platea perfecta para disfrutar la carrera de caballos por la playa. Albert Einstein dio una conferencia en el hotel en 1925. Pero también pasaron por sus salones de la Belle Epoque personajes tan disímiles como Federico García Lorca, los Rolling Stones y Bono.

La Segunda Guerra Mundial hizo sus estragos y la familia Arocena (por entonces los herederos de don Alfredo, se declararon en bancarrota, el Estado se hizo cargo de la propiedad y para 2008, con un acuerdo realizado junto a Sofitel, comenzó la batalla de devolverle su esplendor. En la tarea intervinieron restauradores del Teatro Colón.

La restauraciones de los vitreaux estuvieron a cargo de Rubén Freire, descendiente del artista uruguayo que hizo los originales. El domo del salón oval se recompuso com intervención de la empresa francesa que lo construyó originalmente 

Se descubrieron molduras con láminas de oro de 18 quilates. Las puertas de la inauguración tomaron nuevo vuelo. Teniendo en mente los antepasados del Gran Premio Ramírez, se sumaron unas increíbles lámparas esculturales con forma de un caballo en tamaño natural, obra en colaboración de la empresa holandesa Moooi

En sus comienzos, el casino funcionaba donde hoy se encuentra el restaurante, en tanto que el ingreso al hotel era por el lateral donde hoy se ubica la sala de juego, mientras que el ingreso actual era frente al río, una explanada directa al horizonte porque no existía la rambla.

En sus orígenes esta pieza hotelera tenía tres plantas, aunque hoy se ha sumado un cuarto, un entrepiso y dos subsuelos, con cocheras. En la reforma y actualización se realizaron muros de contención y se desagotó arena de los cimientos en una obra de ingeniería gigantesca.

En medio de todo el cascarón original que impone el estilo, emergen las habitaciones que gozan de brillo vanguardista sin perder su contexto. Una de las banderas promisorias que mira hacia la modernidad es 1921, el restaurante que regentea el chef argentino 

Maximiliano Matsumoto, quien ha seguido los pasos arquitectónicos en materia culinaria, con el detalle puntualísimo de rastrear las raíces genuinas de los ingredientes charrúas para ponerle a la carta diversidad, modernidad y ese toque sofisticado que el perfume del sitio exige.

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