Por Lic. Bárbara Briguez, Psicóloga U.B.A. especialista en clínica psicoanalítica con niños y adolescentes. Ilustradora. Instagram: @senti.pensamientos
Favorecer la salud mental en las infancias es mucho más que diagnosticar los síntomas específicos que pueda presentar cada niño o niña.
Los espacios compartidos con otros promueven subjetividad.
La plaza ha sido un espacio que he habitado en ocasiones durante mi propia infancia, como psicóloga de niños y niñas especialmente durante la pandemia y actualmente un espacio que habito a diario desde mi llegada a la maternidad.
Este espacio puede ser un trampolín creador y potenciador de lazos a través de los acontecimientos que genera el mismo azar, por el mero hecho de permanecer en estos espacios en presencia de otros niños y niñas.
Para jugar es preciso animarse a saltar, dar un salto, dirigirse hacia un otro lugar y un otro tiempo. La plaza es sostén y a su vez trampolín.
La plaza es un lugar de encuentro y un lugar para hacer amigos, en gran medida en la primera infancia.
Construir amistades y lazos con otros no es algo del orden de lo calculable, sino más bien de lo impensado, aquello que deviene en tanto sumatoria de actos y sucesos imprevisibles que generan algo nuevo en uno y en otros al producir transformación a partir de la relación. Para que el espacio de la plaza sea un espacio disponible para tal fin, debe poseer ciertas características que le permitan funcionar como un “ambiente facilitador”.
El espacio de la plaza, el espacio de los juegos de plaza y de recreación infantil deberían ser espacios de respeto y reconocimiento hacia las infancias en tanto tal. El concepto de infancia implica una construcción social. El lugar para los niños y niñas en tanto entidad en sí misma se ha ido construyendo a lo largo del tiempo a partir del siglo XVII y XVIII.
Esta construcción implica la presencia de consideración por parte de los adultos hacia los niños y niñas en tanto tales.
En mis visitas diarias a la plaza en varias ocasiones me encuentro con situaciones que considero, resultan analizadores de época y de cómo el lugar de las infancias se encuentra muchas veces en peligro de extinción. Según las zonas de residencia los juegos para los niños y niñas de las plazas pueden tener lugar, encontrarse en buen estado o en estado de deterioro. El espacio escueto para los juegos aptos para infancias con sillas de ruedas normalmente se encuentra en estado de deterioro en muchas plazas.
Desde hace varias semanas me encuentro en la plaza cercana de mi barrio con la siguiente situación: los grupos de gimnasia de la “estación saludable” a cargo del estado local, han determinado utilizar desde primer hora y durante toda la mañana el predio cercado y destinado exclusivamente a los juegos de las infancias para realizar sus actividades.
El espacio de las hamacas, las mesas y toboganes se encuentran entonces invadidos por decenas de personas realizando actividad física.
La cantidad de adultos haciendo uso para otro fin distinto al que fue construido dicho espacio de uso exclusivo para las infancias termina inhibiendo el despliegue lúdico-psicomotor y hasta impidiendo el ingreso de los niños y niñas, bebés, mamás, papás y cuidadores.
Es así como una de las finalidades principales de dicho espacio en tanto agente posibilitador de los procesos de socialización termina perdiendo su eficacia al expulsar a las infancias de su territorio. Invadir el espacio de las infancias de la plaza es mucho más que imposibilitarles el uso de las hamacas y toboganes. Dichos artefactos en tal caso se convierten en verdaderos juguetes cuando a partir de ellos y en presencia de otros pares se puede construir la experiencia infantil, es decir, cuando a partir de ellos se producen intercambios que generan acontecimientos y promueven subjetividad.
Realizar la experiencia infantil implica dar lugar a la creación de lazos e identidad grupal e individual.
Un juguete no posee ningún valor por sí mismo a no ser que cobre dimensión de puente al favorecer vínculos con otros. El verdadero territorio de la infancia, entendido en sentido Deleuziano, no es estático y se construye a través del jugar, en cada jugar, pero para esto también se necesita del sostén de un espacio, tiempo y disponibilidad real.
Lo que le otorga vida al espacio de las hamacas no son las hamacas en sí, sino que a partir de ellas y con la presencia de los niños y niñas poniendo el cuerpo en juego a través del placer por el movimiento se producen situaciones de encuentros entre sí, la pulsión de vida liga, crea, unifica sin expulsar ni homogeneizar lo distinto.
Me pregunto qué relación tendrá la anulación de los espacios y tiempos más cruciales para el despliegue y desarrollo de las infancias con las dificultades en la constitución psíquica que muchas veces encontramos en muchos niños y niñas. A su vez, rápidamente muchos de estos niños son diagnosticados y clasificados con palabras como déficit o trastorno cuando no se adaptan a la idea de niño normal según nuestra época.
La eficacia que posee el sistema capitalista para clasificar y diagnosticar con tanta velocidad es la misma que tiende a anular los espacios y tiempos propios para las infancias. La pulsión de muerte desmezclada de la pulsión de vida, entendida en términos freudianos, es una fuerza que actúa a favor de la desintegración y de la crueldad.
Resulta cruel que los juegos que son destinados para los niños y niñas se encuentren en estado de deterioro o resulten invadidos por actividades de los adultos. Resulta cruel que el sistema de salud únicamente se enfoque en “la patología” sin orientar ni intervenir en aquellos ambientes que en lugar de facilitar, obturan la posibilidad de la constitución de la infancia.
Siguiendo las líneas de pensamientos (que construyen redes) del psicoanalista Emiliano Galende, entre otros afines: no podemos desentendernos y desvincular la relación entre salud mental, cultura y sociedad. Los tratamientos en materia de salud mental no le corresponden únicamente a la medicina. Las plazas y las políticas públicas también tienen mucho que hacer.
Si las infancias son el tesoro, el porvenir de la comunidad: Contar con un estado que vulnera los espacios de las infancias es un estado que anula nuestro porvenir.
Una plaza que abraza, es aquella que cuida y respeta el lugar de las infancias.