Con el veto de la Ley de Financiamiento Universitario, el presidente Milei da un paso clave en construcción de una narrativa de odio que solo busca arrasar la educación pública argentina.
Por Eduardo Marostica*
El 2 de octubre se llevó adelante otra histórica Marcha Federal en defensa de la Universidad pública, gratuita y de calidad. A pesar de haber sido aprobada por ambas cámaras del Congreso de la Nación, y como corolario de sus amenazas economicistas, el presidente confirmó que vetará la Ley de Financiamiento Universitario. Entretanto, el Gobierno Nacional construye en las redes narrativas denostativas hacia la Universidad a partir de fake news y miradas sesgadas. Por un lado, tenemos una decisión del poder legislativo que cuenta con el apoyo popular. Por el otro, un intento de autocracia con gestos totalitaristas.
El gobierno actual ganó con las reglas de juego electoral y ahora conduce los destinos del país, y esta victoria en las urnas está emparentada con la idea de autoridad. En este sentido, Alexandre Koyeve, filósofo ruso que participó activamente en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, analizó cuáles son las fuentes de las que se nutre la autoridad de un líder. En primer lugar se la reconoce, dice, y por eso hay que validarla con sabiduría y justicia. Un líder que no toma buenas decisiones y no imparte justicia resentirá su autoridad porque el pueblo, que es el destinatario de las decisiones de su líder, se la dejará de reconocer.
Hanna Arendt aseguraba que un poder que no descansa en la justicia se convierte en totalitarismo, cuyo primer capítulo es el aislamiento. Para ella, el poder radica en lo que el pueblo puede hacer unido, mientras que la idea del uso de la fuerza está muy alejada del poder y la autoridad. Cuando se reprime, o se apela al uso de la fuerza, es porque se perdió autoridad. Es decir que el poder siempre es para construir… En cambio, cuando se usa la fuerza es porque ya se perdió autoridad, y por eso se recurre a la apropiación de los mecanismos violentos del Estado.
El 2 de octubre, en las principales ciudades del país provocamos y experimentamos una emocionante manifestación de poder. Ante el desprecio por la universidad pública, y los agravios y prejuicios hacia sus trabajadores y estudiantes, cientos de miles de personas salimos a las calles para defender de la educación pública, gratuita y de calidad; algunas organizadas o encolumnadas en sus gremios, otras con agrupaciones estudiantiles u organizaciones sociales provenientes de sectores que habitualmente no llegan a las aulas. Conmueve profundamente la solidaridad de toda una sociedad que defiende su derecho a la educación.
Las pancartas y los cánticos demostraron una firme decisión de resistir, porque el anhelo de estudiar en la universidad se ha convertido en un derecho al ascenso social. Y esto representa una forma de esperanza… Por eso, en un día histórico ocupamos las calles para gritar, con la garganta enronquecida, que no estamos dispuestos a que nos veten la esperanza.
*Psicólogo rosarino y autor del nuevo libro Los príncipes azules destiñen: supervivencia masculina en tiempos de deconstrucción (Galáctica Ediciones 2023) y de la nouvelle juvenil El viaje de Camila.