Florencia Faiatt es Licenciada en Psicología, Sexóloga Clínica.Especialista en Yoga basado en Ciencia: fundamentos terapéuticos de la medicina mente-cuerpo, Yoga y Meditación.Formada en Psiconeuroinmunoendocrinología aplicada al Yoga, Neurociencia de la Meditación, Neurociencia del dolor, Neurociencia de la Atención y Neurociencia del Flow.Además es Maestra Internacional de Yoga Holístico certificado por la European Yoga Federation, International Organization of Yoga Therapy, Ayurveda and Yoga.Profesora de Kundalini Tantra, Instructora de Yoga Estilos Dinámicos y Psicología de las Asanas. Profesora de Yogaterapia Ayurvédica por la International Organization of Yoga Therapy, Ayurveda and Yoga.
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En una época en la que todo ocurre rápido y al mismo tiempo, sentarse unos minutos en silencio puede sentirse casi revolucionario. La neurociencia confirma que ese gesto simple —cerrar los ojos, respirar y dirigir la atención hacia un punto específico— transforma el cerebro, reduce el estrés y mejora la vida cotidiana.
La meditación ya no es vista como algo esotérico ni exclusivo de personas “tranquilas por naturaleza”. Hoy sabemos que es un entrenamiento mental tan concreto como levantar pesas: fortalece los circuitos cerebrales que sostienen la atención, la regulación emocional y la sensación de calma.
Los estudios científicos muestran que la práctica cotidiana reduce la activación de la amígdala —una región clave en la detección de amenaza y en la reactividad emocional— y fortalece la corteza prefrontal, el área del cerebro encargada de tomar decisiones, planificar y regular impulsos. El resultado es claro: reaccionamos menos y respondemos mejor.
Pero el impacto también se extiende al cuerpo. La meditación activa el sistema nervioso parasimpático, responsable de la “respuesta de descanso y recuperación”. Cuando este estado se enciende:
- – baja la frecuencia cardíaca,
- – la respiración se vuelve más profunda,
- – el cuerpo entra en un modo de reparación fisiológica,
- – la mente recupera claridad.
El problema es que la vida moderna —pantallas, velocidad, multitasking— nos mantiene en el sistema simpático: alerta, tensos, en modo supervivencia. Aquí aparece la meditación como una forma concreta de enseñarle al cuerpo a volver al equilibrio.
Uno de los descubrimientos más valiosos de la neurociencia es que la atención funciona como un músculo. Se atrofia si no se usa, se fortalece si se entrena. Y la meditación es justamente ese entrenamiento.
No se trata de “quedarse sin pensamientos o con la mente en blanco” (algo biológicamente imposible), sino de notar cuándo la mente se distrae y regresar una y otra vez al punto elegido: la respiración, el cuerpo o un objeto.
Esa repetición —ese volver amable al foco de atención— es lo que literalmente cambia el cerebro. Imágenes cerebrales muestran que las personas que meditan con regularidad tienen mayor espesor cortical en zonas relacionadas con la concentración y la memoria.
Menos reactividad, más control interno
La práctica también desarrolla una habilidad clave para el BIENESTAR EMOCIONAL: la capacidad de observar antes de actuar.
Eso significa que, en vez de dejarnos arrastrar por un enojo, un miedo o un pensamiento catastrófico, aprendemos a verlo sin identificarnos o haciendo una pausa antes de reaccionar.
Es una forma de libertad mental que tiene efectos concretos:
- – responder sin impulsividad,
- – poner límites sin culpa,
- – tomar decisiones más claras,
- – salir del piloto automático y vivir con más consciencia.
Empezar es incómodo…
Las primeras veces rara vez son “serenas y agradables”. La mente corre de lado a lado, aparecen tareas pendientes, el cuerpo se impacienta. Pero esto no significa que medites mal: significa que estás empezando y eso ya es un gran logro.
Así como nadie levanta 20 kilos el primer día en el gimnasio, nadie medita cinco minutos con total calma desde el inicio.
La clave es la constancia. La neurociencia coincide: cinco minutos diarios producen más cambios que media hora una vez al mes.
Con el tiempo, la mente se aquieta más rápido, el cuerpo reconoce el estado de descanso y la práctica pasa de ser un esfuerzo a convertirse en un refugio de paz.
GUÍA PRÁCTICA PARA PRINCIPIANTES
Cinco pasos simples para empezar a transformar tu cerebro
1. Encuentra tu postura ideal
Siéntate en una silla, en un almohadón o recuéstate si te sientes cansado. Lo importante: columna erguida pero relajada, hombros sueltos, el abdomen flojo para permitir una respiración libre.
2. Observa la respiración
No intentes controlarla. Solo siente cómo entra y sale el aire. Cuando la mente se distraiga (y te aseguro que pasará muchas veces), simplemente vuelve tu atención a la respiración. Ese regreso es el gran entrenamiento.
3. Explora el cuerpo
Si quieres alternar, realiza un escaneo corporal: cabeza, hombros, abdomen, manos y pies. Nota las sensaciones de las diferentes zonas sin modificarlas. Este recorrido ayuda muchísimo a anclar la mente al presente.
4. Empieza con poco
Cinco minutos al día es suficiente para iniciarte. Lo importante es la regularidad, no la duración ni buscar la perfección. Con el tiempo, tu atención y tu calma se expanden naturalmente.
5. Cierra con amabilidad
Inhala profundo por nariz, exhala lento y agradece el momento. Refuerza la conexión positiva con la práctica y repítelo al día siguiente.
La meditación no borra los problemas, pero cambia radicalmente la manera en que los atravesamos. Nos permite responder en lugar de reaccionar, reducir el ruido interno y recuperar claridad.
En un mundo acelerado, estos minutos de pausa son más que un gesto de autocuidado: son una herramienta de regulación emocional y salud mental accesible para todas las personas.
La ciencia es clara: unos pocos minutos al día pueden transformar la forma en que pensamos, sentimos y nos relacionamos con el mundo. Y ese beneficio se sostiene toda la vida.

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