En 1932, Lionel Robbins definió la economía como “la ciencia que estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”. Este postulado, expuesto en An Essay on the Nature and Significance of Economic Science, cimentó la visión ortodoxa de la economía como una disciplina centrada en la gestión de la escasez. Señalaba Robbins que los recursos son intrínsecamente limitados frente a las necesidades humanas, lo que hace inevitable priorizar su uso más eficiente. Y en base a esta premisa es que los grandes debates económicos se han estructurado -hasta el día hoy-, hablando siempre de la escasez.
Sin embargo, en el contexto actual, esta noción podría ser discutida ya que no es suficiente para explicar las dinámicas de una economía global caracterizada por un extraordinario crecimiento productivo y una desigualdad sin precedentes. Vivimos en un mundo que produce riquezas suficientes para garantizar las necesidades básicas de toda la humanidad, pero la pobreza y la exclusión persisten debido a la desigualdad.
Leandro Rodríguez, investigador y docente de la Universidad Nacional de Entre Ríos, plantea una crítica a la teoría de la escasez, en base a que esta visión es una “metáfora naturalizada” que invisibiliza la existencia de excedentes económicos significativos. Señala que en lugar de cuestionar cómo se generan y distribuyen los recursos, la economía ortodoxa se ha limitado a administrar su escasez relativa, perpetuando un modelo que normaliza la desigualdad. Como señala Rodríguez, “la escasez de algunos es la abundancia de otros”, lo que demuestra que el verdadero problema no es técnico, sino político y social.
Esta perspectiva encuentra eco en el informe reciente de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que alerta sobre los enormes desafíos de nuestro tiempo. Más de 205 millones de personas permanecen desempleadas, y 4 mil millones carecen de cualquier tipo de protección social. Estos son datos alarmantes de un presente en el que, al mismo tiempo, los niveles de producción global permiten que estas carencias sean solucionables si se adoptaran políticas de redistribución más equitativas.
El concepto de trabajo digno, promovido por la OIT, se presenta como un eje central para abordar la desigualdad. Según el informe anteriormente citado, más del 60% de los trabajadores están atrapados en la informalidad, sin acceso a derechos básicos como la seguridad social y condiciones laborales justas. Este escenario reproduce en loop un ciclo de exclusión que afecta no solo a las personas, sino también a las economías, al limitar su capacidad de desarrollo.
La OIT propone un enfoque transformador que vincula el empleo digno con el desarrollo sostenible. Por ejemplo, la transición hacia economías verdes y circulares podría generar hasta 100 millones de nuevos empleos para 2030. Sin embargo, esto solo será posible si las políticas públicas priorizan la equidad y garantizan que los beneficios lleguen a quienes más los necesitan.
Según Julian Eyzaguirre, la idea de que los recursos son escasos ha servido históricamente para justificar un sistema económico basado en la competencia y la acumulación. Sin embargo, si reconsideramos la economía desde la perspectiva del excedente, es posible replantear las prioridades. Redistribuir no significa solo transferir riqueza de los más ricos a los más pobres; implica repensar las estructuras productivas para garantizar que los recursos se utilicen de manera equitativa y sostenible. Esto incluye priorizar derechos básicos como alimentación, vivienda, salud y educación para las mayorías marginadas, dejando de lado la lógica extractiva que privilegia la ganancia sobre el bienestar colectivo.
Abandonar el paradigma de la escasez y adoptar una visión centrada en la abundancia no solo es una necesidad teórica, sino una urgencia práctica. El informe de la OIT y las críticas a la economía ortodoxa coinciden en que el problema central no es la falta de recursos, sino la falta de voluntad política para distribuirlos de manera justa.
La economía, como disciplina, debe evolucionar para responder a las demandas de un mundo en crisis. Como dijo Robbins, la economía estudia cómo los humanos asignan recursos limitados para fines alternativos. Quizás sea hora de preguntarnos: ¿qué fines estamos priorizando, y para quiénes? Y un poco más allá, podemos apostar a la empatía humana, que no depende de números ni tecnología, para discutir una nueva teoría que hable de la abundancia y no tanto de la escasez.